Este año es el centenario de la primera vez que se subio el Tourmalet, en las siguiente lineas os pongo un poco de su historia.
El Tourmalet pasó a formar parte de la historia del Tour. Ocurrió en la primavera de 1910 cuando el periodista de l’Auto Alphonse Steines intentaba recorrer en coche los 327 kilómetros que separaban Luchon de Bayona con el propósito de demostrar que era posible incluir en el Tour etapas pirenaicas. Superados el Peyresourde y el Aspen, se empeñó Steines en coronar el Tourmalet, cuya cima, a 2.115 metros, permanecía nevada. Cuando faltaban 4 kilómetros para la cumbre, y el hielo y la nieve invadían la calzada, el chófer decidió que era suficiente y Steines continuó solo su camino a pie.
Comenzaba a anochecer y el caminante no sabía –o puede que sí lo intuyera– que con su marcha solitaria estaba construyendo el relato fundacional del col du Tourmalet. Abandonado al frío, con la humedad trabajándole los huesos, la imagen del periodista de l’Auto entre la nieve ascendiendo mientras el sol se retiraba se asemeja a la de un explorador perdido o a la de un personaje novelesco que se abandona por última vez a su suerte en la montaña; como un remedo anticipado de Robert Walser, el escritor suizo que en 1956 dio su último paseo entre la niebla y la nieve de los Alpes, sin rumbo, alejándose con lentitud del manicomio de Herisau, en el que estaba internado.
Pero resulta que Steines era sólo un loco del ciclismo, el primero en contemplar la cima del Tourmalet como un puerto del Tour, el primero en coronar y en iniciar el descenso, ya en plena oscuridad, desfallecido.
Abrir caminos
El relato de esta invención del Tourmalet para el Tour continúa con la angustia del chófer que, alarmado por la tardanza de Steines, busca ayuda y, pasada la medianoche, encabeza una batida para buscarlo. Se imaginan lo peor mientras avanzan gritando el nombre de ese periodista parisino al que Henri Desgrange, director del L’Auto y organizador del Tour de Francia, había enviado a inspeccionar los Pirineos como quien envía a un compañero de batalla –a un subordinado– a desbrozar caminos.
Desde la primera edición del Tour en 1903, Desgrange se había preocupado en ir puliendo el recorrido. Al contacto con las montañas de los Vosgos supo que la proximidad del público a los ciclistas en los ascensos era un ingrediente básico para perfeccionar el invento. Intuía que el Tour aumentaría su prestigio en las pistas forestales de los puertos recónditos del sur de Francia, y crecería así esa emoción contagiosa que lo iba convirtiendo, año tras año, en mucho más que una carrera. Y estaba en lo cierto.
“Ruta en buen estado”
Pero pasan las horas y Steines no aparece. En algunas crónicas de aquella angustiosa noche, la nieve y la niebla son sólo el paisaje de un territorio ignoto y estremecedor, estilizado y exagerado, como las noticias que habían ido construyendo el Tour en L’Auto en una cuidada simbiosis entre deporte y periodismo.
El relato, no obstante, termina bien. A las tres de la mañana encuentran a Alphonse Steines. Quizás extenuado, preguntándose si todo aquello tenía algún sentido, o tal vez consciente de que a su historia del descubrimiento del Tourmalet le faltaba un final a la altura. Sólo asumiendo esta segunda hipótesis puede entenderse que a la mañana siguiente, desde el pueblo de Barèges, no tuviera otra preocupación que enviar a su colega y mentor un telegrama que ha pasado a la historia: “Superado el Tourmalet. Ruta en buen estado. Perfectamente practicable”.
La décima jornada del Tour de 1910 incorporó la temible etapa Luchon-Bayona. Obtuvo la victoria el francés Octave Lapize, que también fue el primero en pasar por el Tourmalet. Y cuentan que en aquel mítico 21 de julio el héroe Lapize, nada más coronar el Aubisque, reconoció a uno de los organizadores, otro pionero de l’Auto, y encarándose con él le espetó: “¡Asesinos!”. ¿Estaba en lo cierto?
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