En 1929 Desgranges, el padre del Tour de Francia, estaba realmente preocupado porque la carrera se había convertido en una guerra de intereses entre los fabricantes de bicicletas. Los corredores se agrupaban en los equipos que organizaban las marcas y la situación había colmado la paciencia de los organizadores cuando ese año Dewaele se impuso en París pese a estar claramente enfermo.
El belga llegó reventado a la meta sostenido por sus compañeros que montaban bicicletas Alcyon y que habían sometido a un control férreo al resto del pelotón. En aquel tiempo ya existían los intereses comerciales y la marca quería por encima de todo el triunfo de Dewaele. Desgranges, que había dicho que "el maillot amarillo no lo puede ganar un cadáver", tomó entonces la decisión, sugerida por un diario, que el Tour lo disputasen las selecciones de los países más fuertes del pelotón internacional y luego un grupo de "independientes", ciclistas de diferentes procedencias y países. De este modo lo que en los últimos años se había convertido en una batalla comercial de repente se transformaba en una pelea entre los mejores por darle gloria a su selección nacional. La idea fue aceptada de inmediato y Bélgica, Italia, España, Alemania y Francia presentaron a sus mejores ciclistas en busca de la prestigiosa victoria.
Por aquel entonces Francia llevaba años sin ganar la carrera y su orgullo exigía recuperarla. Su apuesta más segura era André Leducq. Se trataba de un decente escalador que compensaba en los descensos su ligera inferioridad en las grandes montañas. En una exageración evidente de la prensa de entonces se decía que no frenaba y que era capaz de gobernar la bicicleta con una suficiencia insultante. Leducq utilizaba siempre el mismo sistema para correr: ascendía a su ritmo, se descolgaba de los favoritos sin forzar nunca su motor y luego aprovechaba los descensos para cazar a los que iban por delante. Y le dio resultado para alcanzar el segundo puesto de la general.
Pero en 1930 Leducq llegó a los Alpes vestido con el maillot amarillo por el que peleaba de forma enconada con el italiano Guerra. Era su gran oportunidad y los aficionados franceses llenaban las cunetas para apoyar a su héroe y se agolpaban junto a las emisoras de radio que transmitían en directo las diferentes etapas. La carrera llegó a la decimosexta jornada que resultaría tan dramática como decisiva. El día acababa en Evian después de superar algunos de los grandes colosos alpinos. En el Galibier sucedió lo impensable. Guerra iba por delante tras soltar su tradicional ataque durante la ascensión y Leducq, con paciencia, inició el descenso seguro de que alcanzaría al italiano y seguirían con su jueguecillo. En una curva perdió el control de la bicicleta y salió despedido contra la cuneta.
El francés se sentó en una piedra retorcido por el dolor del impacto que felizmente no le causó graves daños aunque le dejó las rodillas y los codos ensangrentados. Se reincorporó a la carrera, pero la distancia con Guerra empezaba a ser grande y el Tour se le podía estar escapando en ese momento. En el siguiente puerto del día, el Telegraphe, se le rompió uno de los pedales. Leducq sufrió un ataque de desesperación. Uno de sus compañeros de filas llegó a su altura, pidió prestada una llave inglesa y un pedal de la bicicleta de un aficionado que seguía la prueba y solucionó el problema mecánico mientras continuaban llegando corredores de la selección francesa.
Cuando Leducq volvió a la carrera lo hizo acompañado por sus compañeros que se lanzaron a una terrible persecución del grupo de cabeza que por entonces les aventajaban en más de diez minutos cuando restaban menos de cien para meta. Durante tres horas los aficionados asistieron por la radio a una de las persecuciones más agónicas que ha vivido la ronda francesa en toda su historia. El país entero parecía impulsar a sus héroes. La historia tuvo un final perfecto. A falta de menos de cinco kilómetros los franceses cazaron a los líderes y llevado por la furia y el subidón de adrenalina Leducq se metió en el sprint y se impuso en la meta de Evian. El Tour estaba en su bolsillo y en el de todos sus compañeros.
Fuente: El Faro de Vigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario